Anécdota de estudiantes
Ha tiempo fui a ver una exposición en la Antigua Escuela de Medicina; es un local en donde se escribieron cientos de historias y leyendas, basta pararse en la entrada para sentir los lamentos y alegrías de unos y otros seres.
Sinceramente al entrar a la antigua Escuela sentí como se comunican cientos de seres que aún vagan por ese lugar, unos, los mas, padecen como ellos lo dicen con justicia pues han de pagar los quebrantos que en vida hicieron, otros piden venganza, los mas dicen ser inocentes y muchos más comentan ignorar la causa de su penar.
Uno de ellos es el que acude a mi mente cuando fui al citado lugar y a la entrada a mano derecha yace de muestra un cadáver perfectamente señaladas sus partes, fue ahí en donde el jóven Cristóbal de Barona llegó a mi mente.
Al dicho local, se le conocía como Establecimiento de Ciencias Médicas. Sus salones eran amplios y eran anexos a los salones del Hospital. El que era destinado a anfiteatro anatómico estaba en un rincón entonces descuidado. Ahí yacían en cuatro o cinco mesas el mismo número de cadáveres, para que los estudiantes hicieran sus prácticas de disección.
El joven Cristóbal de Barona era un muchacho común y corriente, pero sus compañeros quisieron jugarle una broma. Después de haber terminado sus lecciones, al estar todos juntos en la puerta del Hospital y al pasar una de tantas jóvenes doncellas que a rezar el Rosario acudían, su espiritu alegre y despreocupado estaba siempre pronto a dirigir una flor o piropo a la dama.
Esa vez dijo: “Anoche estuve soñando, que dos negros me mataban, eran tus ojos, doncella, que enojados me miraban.
Después continuaron con el estudio de Cuestiones Anatómicas, al apagar las velas con que se alumbraban bajaron al jardín del Hospital. Habiendo planeado sus compañeros la maldad, uno de ellos tocó el tema de los espiritus, de las almas en pena, Barona mordió el anzuelo, manifestó no creer en apariciones. Nunca – dijo- he visto algo mas que materia, el alma liberada sube como fluido a regiones mejores de donde no regresa.
Fue entonces que el malandrín que propuso la broma, dijo: ¡Oye Cristóbal, ya que eres tan valiente! ¿a que no te sometes a una prueba?.
Dime cual contestó.
Pues bien; ahora que den las doce de la noche y los sonidos de la Catedral lleguen a tus oidos, tu solo entrarás al anfiteatro y a cada sonora campanada, con éste martillo clavarás estos doce clavos en derredor de uno de estos cadáveres que están en las mesas del anfiteatro. Entrarás pocos minutos antes y pasado el último sonido, vendrás a buscarnos para que festejemos tu valor y entereza.
Asi se hará, dijo Barona, preparen guitarras y mandolinas para llevar gallo a mi bella Guiomar, mi novia.
Al tiempo fijado, la noche era mas obscura de lo normal. Cristobal esperaba cubierto con su amplia capa, junto a los restos mortales de un viejo tendido en una de las mesas.
No dejó de sentirse nervioso, pero con el martillo en la mano derecha y los doce clavos en la izquierda, solo esperaba las doce campanadas, para hacer rápidamente su encomienda.
Por fin.... a lo lejos suena la primer campanada del reloj de Catedral. Cristóbal clava el primer clavo con un fuerte martillazo, a la segunda campanada, el segundo y así sucesivamente. Al termino del doceavo clavo sonriente quiere alejarse del lúgubre lugar, pero.......... ¡no puede!, el jóven intenta de nuevo ...pero no puede alejarse, algo lo detiene, .......... para hacer mas tenebrosa la escena, los dientes del cadáver parecen brillar mas, no sabemos como un rayo de luna fue a dar a la cara del cadáver, para hacer mas tétrico el momento. Una congoja enorme hace presa al jóven de su espiritu y desmayado al fin cae a un lado de la mesa.
Hubo de pasar 30 minutos, para que sus compañeros con algo de risa todavía y otros ya algo preocupados, se mostraran dispuestos a entrar por el osado jóven. al hacerlo, encontraron a Barona perdida la razón, profiriendo incoherentes palabras y abrazado al cadáver.
La nerviosidad de Cristóbal hizo que no se fijara en que al golpear los clavos, su capa se hundió con ellos en la madera, quedando cogida su capa amplia. Por lo que, cuando quiso salir del recinto, le fue imposible tal maniobra
Asi fue y como tal la escribo
Requiem aeternam dona eis, Domine
Et luz perpetua luceat eis.
Requiescant in pace. Amen.
El presente escrito fue hecho por el Ing. Federico Juárez Andonaegui, agradezco personalmente la participacion de tan habil escritor.
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